Más que por el rock de raíces,
siempre me he decantado por el pop rock. En mi conservada colección de discos
poseo algo de blues y rocanrol, incluso de country, pero la mayoría pertenece a
la que considero la veta más creativa del rock, más iluminada: cualquiera de
las variantes eclécticas en el rock, siempre ligadas al pop. Por eso cuando a fines de los años 90 unos
amigos me invitaron para formar parte del fanzine Sótano Beat, mi colaboración en
el primer número (que fue el único en el que participé) fue un extenso artículo
sobre Neil Young & Crazy Horse, y algunas reseñas de discos, entre ellas,
recuerdo, The man who sold the world de David Bowie con sus Spiders from
Mars. Durante muchos años, la tríada Bowie-Young-McCartney constituyó el
centro de mis obsesiones melómanas (los tres son citados con fruición en mi
segunda novela). Luego Young se volvió muy repetitivo, ensimismado en su título
honorario de “padrino del grunge” y con más que sospechosos acercamientos con
el credo republicano (está perdonado, aun así es un grande). No sucedió lo
mismo con Bowie y Macca, felizmente. Hace un par de años Bowie reapareció tras
una década de silencio con un gran álbum, el The next day.
No voy a escribir aquí lo que
todos los diarios publicarán mañana sobre David Bowie luego de conocida su
muerte. Tampoco publicaré el video clip de Lazarus, el single de adelanto de
su nuevo disco Blackstar, ya considerado un ‘testamento’ musical y elogiado por
las agencias de noticias. A quienes haya influenciado me interesa menos. Sería
redundar llamarlo el “camaleón” del rock, escribir sobre sus periodos glam y berlinés o
sobre su colaboración con Lennon (sí debo decir que en mi novela sobre el exbeatle también
figura Bowie como personaje), o reiterar sus incursiones como actor en el cine
(a los “darkies” ochenteros les encanta una en especial, El ansia –The
hunger-, pero de esa década mi preferida es la que acá en Lima se tituló Furyo –Merry Christmas Mr. Lawrence- de Nagisa Oshima, con música de Ryuichi
Sakamoto).
Solo recomendaré los discos de “El
Duque Blanco” que a mí me marcaron y siempre escucho (no necesariamente los
mejores): Space oddity (1969), The man who sold the world (1970), Hunky
Dory (1971), The rise and fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars (1972), Diamond dogs (1974), Low (1977), Scary
monsters (1980) y su usualmente despreciado como ‘comercial’ Let’s dance (1982). Y agrego, The next day (2013), hacía años que no escuchaba a un Bowie
tan vital como en ese álbum. En todos los demás hay grandes canciones, pero no me
producen la fascinación de los nombrados. Sin duda, lo más destacable de su música pertenece básicamente a la década de los setenta e inicios de los ochenta.
De retorno del trabajo, tras terminar alguna lectura pendiente y contemplar a nuestro sorprendente gato de bowieanos ojos, esta noche veré mi colección de videoclips del creador de Ziggy Stardust hasta que me venza el sueño. Aquí les dejo algunos videos.
De retorno del trabajo, tras terminar alguna lectura pendiente y contemplar a nuestro sorprendente gato de bowieanos ojos, esta noche veré mi colección de videoclips del creador de Ziggy Stardust hasta que me venza el sueño. Aquí les dejo algunos videos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario