04 agosto 2009

TO OUR CHILDREN' S CHILDREN'S CHILDREN (The Moody Blues, The Threshold Records, 1969)


Si se busca sólo rock, si se cree que esta es sólo música juvenil para conseguir algo de diversión, si no se está dispuesto a sentarse en un sofá durante más de media hora para escuchar piezas con mayor pretensión que un buen riff de guitarra... es decir, si lo que se quiere es un poco de Rolling Stones o de Sex Pistols, lamentablemente lo sentimos: los discos más venerados de The Moody Blues están negados para quienes posean esa actitud adolescente y simplona ante la música.

Pero antes una precisión. The Moody Blues fue ese tipo de bandas que evolucionaron de manera tan poco ortodoxa que, por lo menos, tuvo tres etapas muy diferenciadas, incluso algunos hablan de tres Moody Blues. El Moody Blues primigenio fue eminentemente una banda de rhythm and blues, con el vocalista y guitarrista Denny Laine –sí, el mismo que luego nos regalaría tremendos punteos de guitarra como integrante de Wings, aparte de algunas notables colaboraciones en la composición con Paul McCartney–; lo acompañaban Mike Pinder en los teclados, el flautista y también vocalista Ray Thomas, el bajista Clint Warwick y el baterista Graeme Edge. Esta formación produjo varios singles entre los años 1964 y 1965 –aunque su mayor hit fue Go Now–, los cuales luego se incluyeron en Magnificent Moodies (1966), emotivo álbum donde destacan las armonías vocales (corales, diría), con mucho r&b y soul, pero que no guarda –aparte de los integrantes– casi ninguna relación con la aventura que comenzaría no bien Laine abandona a sus compañeros y es reemplazado por Justin Hayward, mientras Warwick es sustituido por John Lodge. El dueto Pinder y Thomas, con la ayuda de Hayward, perfilan un nuevo sonido acorde con los primeros experimentos sicodélicos que desde mediados de los sesenta se imponían entre las bandas de rock. Se inicia así en 1967 el segundo momento de Moody Blues, donde lo conceptual, la pretensión artística –que no sólo se circunscribe a la música, sino al diseño de la portada, y al manejo de todo el proceso de producción del álbum, en suma– es lo prevaleciente. Con el inmediato precedente de Sgt. Pepper's podría pensarse que la idea de los Moody Blues de valerse de arreglos orquestales para sus siguientes discos estaba más cerca de la impostura en boga que de una concepción original. De hecho, post junio de 1967 había muchos grupos que acompañaban sus canciones con orquestas sinfónicas, instrumentos hindúes, incursiones electrónicas a través del mellotron... ¿en qué podrían revolucionar de ese modo el estándar del pop? Aunque el verbo quizá sea excesivo: es posible que, después de todo, no hayan revolucionado nada, porque la ópera-rock y el rock progresivo/sinfónico siempre reconoce otros orígenes, otro arché como principio fundador, si bien esta etapa de los Moody Blues es vista con especial interés e incluso incorporada en el índex de estos géneros como precursor. Fueron adelantados y a las vez únicos a su modo, no fueron los primeros en editar una ópera-rock (ese privilegio se le reconoce a The Pretty Things con S.F. Sorrow, que posteriormente comentaré), pero estuvieron muy cerca; sin embargo, sí crearon lo que luego se conocería como rock sinfónico, pues su Days of future passed (1967) es el primer álbum en la historia del rock que se acerca al concepto sinfónico (aunque luego los Moody Blues no siguieron en esa línea, que desarrollaron bandas como King Crimson, Yes y Emerson, Lake & Palmer, por lo cual no son considerados, en estricto, como un grupo progresivo o sinfónico). Y finalmente, la tercera etapa se inicia en la década de los ochenta, tras la salida de Mike Pinder, y continúa irregularmente hasta la actualidad. Este último Moody Blues es eminentemente pop, aunque con muchas luces, como lo prueba su álbum Long distance voyager (1981).




To Our Children's Children's Children (de 1969 y que traducido correctamente significa "Para nuestros tataranietos") corresponde a la segunda etapa del grupo. El álbum nos transporta a la odisea del espacio. Se inicia con el sonido de una nave espacial despegando, que pronto se acopla al frenesí de las guitarras; éstas dan paso a una voz que declama la aventura del ascenso al espacio: "El hombre con su flamígera pira/ ha conquistado las impredecibles brisas", escuchamos en Higher and higher. Enseguida los acordes de un arpa y las notas del oboe preludian una de las más melancólicas y hermosas canciones del álbum, Eyes of a child, compuesta por Lodge: "Con los ojos de un niño/ tú debes venir y ver/ que tu mundo está dando vueltas/ y a través de la vida tú serás/ una pequeña parte/ de una esperanza/ de un amor/ que existe". De alguna manera el ideario hippy se deja traslucir en esa letra: se pide que el hombre que ha llegado al súmmun del desarrollo tecnológico gracias a su "modernidad", capaz de aventurarse en el cosmos, renueve la mirada hacia su propio mundo a través de la comunión con la naturaleza, simbolizada en los ojos de la infancia, una petición un poco naif pero sincera, y la música interpreta el sentido de la añoranza. Luego escuchamos Floating, un pop algo ligero aunque cargado de la nostalgia que impregna todo el álbum; la canción describe al hombre flotando en la luna, "free as a bird". Las armonías vocales aquí son muy marcadas dentro del estilo que caracterizaría a los Moody Blues posteriores. Pero el primer indicio de que estamos ante un verdadero álbum conceptual no solo en el aspecto temático sino musical se puede hallar en el siguiente corte, una versión acelerada y cuasi frenética de Eyes of a child, acoplada al final de Floating como si se tratara de una imprevista coda. Lo interesante en este punto es que, a diferencia de otros discos conceptuales, como Dark side of the moon de Pink Floyd, para mencionar el ejemplo más a mano, en To our children's children's children no solo hay una unidad temática (en este caso, ya lo dijimos, la odisea al espacio) sino un intento de configurar una unidad en el plano musical. Dicho de otro modo, no se puede escuchar este álbum como una colección de canciones individuales agrupadas en torno a una temática específica; el todo es siempre acá más que la mera suma de las partes. De este modo, Eyes of a child (part II), así como la que le sigue, I never though I'd live to be a hundred, son canciones muy breves, de apenas un minuto de duración, que pueden comunicar muy poco individualizadas, y esto se pronuncia más con el siguiente tema, el instrumental Beyond, que parece un interludio entre I never though I'd live to be a hundred y Out and In. Aquellos que padecen esa tara de evaluar los discos canción por canción, es más, aquellos que aún ingenuamente piensan que un buen álbum solo se compone de canciones en el sentido tradicional, creerán que este álbum posee varios cortes de relleno o no suficientemente convincentes. Sin embargo, quien se dé el trabajo de escuchar el disco de principio a fin, siguiendo los imprevistos giros melódicos que se producen en esta travesía musical, no podrá dejar de sucumbir a sus encantos. De alguna manera esta es la cátedra que sentaron los Beatles a partir de Sgt. Pepper's lonely hearts club band, y que acá aprovechan a la perfección los Moody Blues.




Sin embargo, tras todo lo anotado, no imaginemos que no hay grandes canciones desde una concepción más conservadora de la música pop, pues las hay y muchas. Luego de las paralizantes melodías de Out and in, de Pinder ("Observando más allá de los planetas/ buscando una visión total/ estoy reposando aquí por horas/ tú tendrás que hacer el viaje hacia afuera y hacia dentro"), Gypsy, de Hayward ("Yendo a la velocidad de una sombra de millones de años/ la oscuridad es el único sonido que descubren sus oídos/ Peleando contra las visiones de eternidad/ Gritando por un futuro que nunca será"), y Eternity Road, de Thomas ("No hay eternidad/ Recorriendo a través de un cielo de caracol/ observa la verdad que no podemos ocultar"), llega la magnánima balada Candle of life, de John Lodge, que sintetiza el contenido de lo que se canta en las anteriores canciones: el hombre (la humanidad) atrapado en el tiempo, descubre la imposibilidad de conseguir la eternidad en su búsqueda por expandirse en el espacio estelar; la oscuridad y la soledad es lo único que parece rodearlo en su viaje de millones de años: "Algo que no puedes esconder/ dice que tú estás solo/ escondido dentro de lo profundo/ de ti".

La única muestra de psicodelia la hallamos en Sun Is Still Shining, que revisita de manera amable el sonido de la música hindú, sin arriesgar demasiado, pero reanimándonos tras las desesperanzadoras letras precedentes. Enseguida reescuchamos I never though I'd live to be a hundred, mucho más breve que la primera versión, de apenas treinta segundos, como una suerte de preludio de Watching and waiting, compuesta por Hayward/Thomas, una atribulada balada que cierra de manera impecable el álbum, imprescindible muestrario de gemas pop, donde lo lírico y lo orquestal se conjugan con ciertos guiños rockeros convirtiendo su escucha en una verdadera delicia auditiva.



CATEGORÍA: Rock progresivo, rock conceptual, rock psicodélico.
VEREDICTO: Imprescindible.
CANCIONES CLAVE: Eyes of a child, Candle of life, Watching and waiting.







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