Sumergirse. Explorar en la profundidad abisal de la música. Retrotraerse a un legado sonoro hecho por seres de carne y hueso, límpidos de nostalgia, envueltos en la magia de los años de joven salvajismo. Revolver entre las colecciones vetustas y las tecnologías recientes para hallar el elixir de la eterna juventud escondido en una sola canción de tres minutos. Joyas que brotan de discos de vinilo, perlas en casetes o digitalizadas en discos compactos, sonidos básicos o complejos que se deslizan en diferentes decibeles desde los audífonos de un walkman. Aventuras increíbles, fantásticas, inenarrables, entre cuatro paredes de una habitación a ritmo del equipo estereofónico. Toda una vida que podría caber en un chip futurista de mp3. Pero la Secta ha llegado. La Secta del Ruido, y su oficiante, Arturo Secta. Desde este blog enigmático acometeré en nombre de la Secta la necesaria tarea de profilaxis musical para la reconstrucción de un nuevo Canon de los más gratificantes álbumes del rock. Un Canon sin ningún afán iconoclasta, pero que pretende hacer justicia a álbumes continuamente relegados de los TOP 100 o TOP 500 que se elaboran periódicamente. Y con los álbumes, por supuesto, a las bandas o compositores que merecen integrarse a un Panteón con deidades menos argolleras. Sin embargo, los clásicos, los jurásicos del rock, también tendrán cabida, porque no se puede desconocer a quienes construyeron la base de este Templo del Ruido al que nos hemos postrado con devoción laica y, a veces, sacrílega. También las nuevas producciones serán comentadas aquí, siempre y cuando nos interesen, para bien o para mal. Nuestro único precio: escuchar los discos reseñados. Nuestro único pago: que, tras escucharlos, los adoren o los lapiden con la misma intensidad que lo serán en este compendio de palabras convictas y confesas, pero ardientes de sinceridad.